Comentario al Evangelio - Mc 8, 27-35




Comentario al Evangelio
domingo 24° Ordinario | 16 de septiembre 2018.

 Tú eres el Cristo.
Mc 8, 27-35

Hijas de San Pablo
Hna. Verónica De Sousa, fsp 


Esta es una escena clave dentro del evangelio de Marcos. Hasta ahora, la persona de Jesús suscita admiración por sus palabras y acciones, aunque él procura pasar desapercibido. A partir de acá esto da un viraje importante, puesto que ahora es él quien toma la iniciativa y pregunta qué opina la gente acerca de su persona. Pero su interés está puesto en lo que dicen los suyos.

Para comprender este relato, puede ayudarnos su contexto: los tres anuncios de la pasión y muerte de Jesús (8,27-38; 9,30-37 y 10,32-45), que consideraremos una larga instrucción de Jesús a los discípulos para ayudarlos a superar la crisis provocada por la cruz. Los anuncios son abiertos y cerrados por dos difíciles sanaciones de ciegos (8,22-26 y 10,46-52). Esto no es casual. Podemos ver en ellos una metáfora de la ceguera de los discípulos. Jesús necesitó mucha paciencia para ayudar a los discípulos a comprender el significado de la cruz, que provocaba en ellos crisis, ceguera.

Jesús acompaña a los suyos a descubrir quién es él y qué mesianismo le es propio, a partir de la identidad que le atribuye la gente. Escucha y no cuestiona las opiniones externas a la comunidad de los discípulos. Parte de ellas para ir más allá… Hasta la entusiasta confesión de fe de Pedro: “Tú eres el Cristo”. El término equivale a Mesías, “ungido”.

El entusiasmo de Pedro es justificado. Es como si dijera: “¡Eres aquel que el pueblo está esperando!”. Jesús entonces ordena con insistencia no hablar de esto con la gente. ¿Por qué?

Las expectativas sobre el Cristo eran muchas: como mesías rey, legislador, guerrero, profeta… En resumen, poderoso, con quien Israel recuperaría su independencia y la gloria de antaño. Nada que ver con el mesías siervo, anunciado por Isaías (cf. Is 42, 1-9).

Este es el punto de partida para una nueva instrucción a sus discípulos. Jesús habla claramente de su camino hacia la pasión, muerte y glorificación en Jerusalén. Así se distancia de las expectativas de la gente y, también, de la de los suyos, expresadas por Pedro. Pero como los ciegos, Pedro y con él los discípulos tampoco ven, padecen una ceguera que les impide comprender a Jesús cuando habla de sufrimiento y de cruz. Está influenciado por la levadura de Herodes y de los fariseos (cf. 8, 15), es decir, por la propaganda del gobierno de la época que concebía al mesías como rey militarista, y lo confronta. Jesús corrige al apóstol. Una acción decidida y difícil, como en el caso de los ciegos. Le manda ponerse detrás, es decir, reubicarse como discípulo, como seguidor; lo califica “Satanás”, que significa “adversario” ―de los planes de Dios―, y le reprocha su modo de pensar.

Tampoco hoy es sencillo descubrir el sentido de la propia cruz y soñamos una existencia sin lágrimas; nos gana la idea de un Dios todopoderoso, que obliga sin respetar la libertad humana y los procesos.

Pedro, imagen de la comunidad, seguirá adoleciendo de estas cosas. Y el Maestro le tendrá mucha paciencia. Pascua y pentecostés serán decisivas para su transformación, comprendiendo por fin el camino de Jesús y el caudal de vida que su mesianismo ha significado para el nuevo pueblo de Dios: “Por sus heridas ustedes fueron sanados” (1 Pe 2, 24b).

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