Comentario al Evangelio - ¡Felices! | Lc 6,20-26





Comentario al Evangelio
Miércoles 23° Ordinario | 12 de septiembre 2018.

¡Felices!
Lc 6,20-26

Hijas de San Pablo
Hna. Verónica De Sousa, fsp 

Encontramos acá una de las más bellas enseñanzas de Jesús, en palabras de Lucas. Mateo también las presenta, en una versión más extensa. Y aunque los especialistas señalan que quizá estas sean las más cercanas al original, no podemos dejar de pensar en qué hermoso que cada comunidad las lean y relean según el contexto que viven, para descubrir en ellas la presencia siempre actual del Señor.

Lucas coloca una llanura como escenario de sus Bienaventuranzas. Así resalta cuán importante es la igualdad en el proyecto del reino. Una igualdad que no permite exclusiones, porque invita a Israel y también a las regiones extranjeras a entrar en esta lógica inversa del “sermón de la llanura”.

Jesús inicia su enseñanza mirando a sus discípulos y declarándolos felices.
La felicidad es la atmósfera de la vida del Reino. Es como si Jesús nos dijera: “Porque me sigues, ya tienes todo para ser feliz”.


Jesús habla a la comunidad de sus discípulos y realiza una serie de invitaciones a la felicidad, seguida de advertencias o lamentaciones. En estas oposiciones podemos percibir el modo de obrar de Dios, cuya lógica es distinta a la de los seres humanos.


Jesús coloca como en una balanza lo que hace feliz o infeliz a la persona y las razones de cada una de estas situaciones. La imagen que logra es fuerte, y nos hace comprender esa lógica nueva del reino de Dios, que encontramos de forma anticipada en el Magnificat (cf. Lc 1,46-55). ¿Qué lógica mueve tus intereses, tus afectos?


Cada bienaventuranza va describiendo progresivamente el rostro del discípulo de Jesús que es, en realidad, el de Jesús mismo. Él es el pobre, el hambriento, el que llora, aquel que sufre exclusión y persecución por su fidelidad al Padre. De la misma forma que en Jesús, en el rostro de cada discípulo están los rasgos del rostro de Dios Padre. Por el contrario, cada advertencia delata cuán lejano puede estar nuestro corazón de los intereses del reino.

La felicidad anunciada en las bienaventuranzas proviene no del punto de partida –la pobreza, el hambre y la sed, la persecución– sino del punto de llegada, es decir, de la obra de Dios Padre, que concede el reino, que sacia, que hace reír, que recompensa. Dios es la causa de la alegría.

Jesús juega también con el tiempo –lo que es y lo que será– para ayudarnos a madurar una mirada trascendente, donde el verdadero sustrato de las cosas, lo que de verdad vale, aunque puede quedar oculto a los ojos comunes, es plenamente conocido por el discípulo en Dios.


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