Comentario al Evangelio - ¡Felices! | Lc 6,20-26
Hijas de San Pablo
Hna. Verónica De Sousa, fsp
Encontramos acá una de las más bellas
enseñanzas de Jesús, en palabras de Lucas. Mateo también las presenta, en una
versión más extensa. Y aunque los especialistas señalan que quizá estas sean
las más cercanas al original, no podemos dejar de pensar en qué hermoso que
cada comunidad las lean y relean según
el contexto que viven, para descubrir en ellas la presencia siempre actual del
Señor.
Lucas coloca una llanura como
escenario de sus Bienaventuranzas. Así resalta cuán importante es la igualdad
en el proyecto del reino. Una igualdad
que no permite exclusiones, porque invita a Israel y también a las regiones
extranjeras a entrar en esta lógica inversa del “sermón de la llanura”.
Jesús inicia su enseñanza mirando a
sus discípulos y declarándolos felices.
La felicidad es la atmósfera de la vida
del Reino. Es como si Jesús nos dijera: “Porque me sigues, ya tienes todo para
ser feliz”.
Jesús habla a la
comunidad de sus discípulos y realiza una serie de invitaciones a la felicidad,
seguida de advertencias o lamentaciones. En estas oposiciones podemos percibir
el modo de obrar de Dios, cuya lógica es
distinta a la de los seres humanos.
Jesús coloca como en una balanza lo
que hace feliz o infeliz a la persona y las razones de cada una de estas
situaciones. La imagen que logra es fuerte, y nos hace comprender esa lógica
nueva del reino de Dios, que encontramos de forma anticipada en el Magnificat (cf. Lc 1,46-55). ¿Qué lógica mueve tus intereses, tus
afectos?
Cada bienaventuranza va describiendo
progresivamente el rostro del discípulo de Jesús que es, en realidad, el de
Jesús mismo. Él es el pobre, el hambriento, el que llora, aquel que sufre
exclusión y persecución por su fidelidad al Padre. De la misma forma que en
Jesús, en el rostro de cada discípulo están los rasgos del rostro de Dios Padre. Por el contrario, cada
advertencia delata cuán lejano puede estar nuestro corazón de los intereses del
reino.
La felicidad anunciada en las
bienaventuranzas proviene no del punto de partida –la pobreza, el hambre y la
sed, la persecución– sino del punto de llegada, es decir, de la obra de Dios
Padre, que concede el reino, que sacia, que hace reír, que recompensa. Dios es la causa de la alegría.
Jesús juega también con el tiempo –lo
que es y lo que será– para ayudarnos a madurar una mirada trascendente, donde el verdadero sustrato de las cosas, lo que de verdad vale, aunque puede
quedar oculto a los ojos comunes, es plenamente conocido por el discípulo en
Dios.
Comentarios
Publicar un comentario