Comentario al Evangelio - Exaltación de la santa cruz. | Jn 3, 13-17



Comentario al Evangelio
viernes 23° Ordinario | 14 de septiembre 2018.
Exaltación de la santa cruz.

Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único.
Jn 3, 13-17

Hijas de San Pablo
Hna. Verónica De Sousa, fsp 



El evangelio de Juan presenta el misterio de la cruz del Señor como exaltación: “Así como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre” (v. 14).


¿Cómo se desarrolla esta exaltación del Señor? El evangelista describe un dinamismo paradójico, de descenso-ascenso. Este doble movimiento permite acercarnos a la identidad y misión del Hijo de Dios.

Jesús es el Hijo de Dios que “al bajar”, es decir, al hacerse Hijo del hombre (v. 13) nos abre el camino para adentrarnos en el misterio del Padre (v. 18), es decir, para “subir” hasta él. Nadie más puede hacer por nosotros, pues solo Él ha visto a Dios y viene de él (cf. Jn 6, 46).

Jesús baja hasta nosotros, incluso sufriendo la muerte –y una muerte de cruz–, para ser luego levantado. Y nos levanta con él. En ello descubrimos el misterio de la cruz redentora del Señor. Para explicarlo, recuerda la serpiente de bronce (Num 21, 7-12), que habla de muerte y vida. Jesús será levantado como la serpiente en el desierto y los ciudadanos del nuevo pueblo de Dios, mirándolo, encontrarán la vida. 

Este texto es evocado en la escena de la muerte de Jesús: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19, 37). En Juan, dirigir la mirada significa conocer, comprender, entrar en el misterio. Quien eleva la mirada hacia la cruz con ojos de fe es introducido en el misterio que encierra el corazón de Dios. Conoce, comprende el gran amor que Dios nos tiene. Jesús en la cruz es el hijo que nos es dado “para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (v. 16).

Simone Weil afirma: “La mirada nos salva”. La mirada nos hace partícipes del amor de Dios, pero también determina nuestra exclusión, si lo rechaza. Aun así, pese a la dureza de nuestro corazón, Dios no nos ha cerrado el suyo, sino que permanece fiel, amándonos hasta la donación total: “Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él”.

Es este amor el que da sustrato a nuestro camino de discípulos. Con ojos inundados de este amor podemos asumir las consecuencias de la vida cristiana, hacer de la misericordia del Padre el estilo de nuestras relaciones, descubrir nuestra felicidad en Dios. 

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