Comunicación e Iglesia un desafío permanente de Benito Spoletini.


Les recomendamos este blog que tiene información excelente para entender la labor de la familia paulina. Se enfoca en explicar la importancia de la misión y contextualiza su origen en el marco de los nuevos medios.
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pastoral y comunicación
Comunicación e Iglesia:
un desafío permanente (I)

El largo proceso de la Iglesia hacia la moderna cultura de la comunicación: de la sospecha y el rechazo al "laboratorio" activo y la "memoria" actualizada de la comunicación social, en tiempos de globalización.

Un desafío permanente

Lo que aquí se plantea acerca de las relaciones entre la Iglesia y la comunicación social, es válido para los que trabajan en los medios y también para todos aquellos que, de alguna manera, están llamados a comunicar el mensaje de la salvación. Y parto con una afirmación general: hoy la Iglesia posee una clara y profunda conciencia de lo que significa la comunicación en orden al cabal cumplimiento de su misión en el mundo. Ella ha nacido para comunicar el Evangelio a todos y en todo tiempo (verEvangelii Nuntiandi 14); ése es el signo que la identifica; y de faltar en eso ya no sería la Iglesia de Cristo. Hoy, esta conciencia, se ve apremiada por la irrupción de nuevas tecnologías –los medios de comunicación social– que amplifican la comunicación a niveles planetarios. Juan Pablo II, hablando de los nuevos escenarios en que se mueve la sociedad actual, identifica a los mcs como el "primer areópago" en el cual se gestan ideas, comportamientos y actitudes que van unificando el mundo y que han dado origen a la moderna cultura de la comunicación. Un dato nuevo que, al tiempo que le ofrece a la Iglesia nuevas posibilidades, le plantea desafíos inéditos y difíciles de sortear. Dichos desafíos, sin embargo, constituyen un acicate providencial que le recuerdan con fuerza a la Iglesia su imperativo esencial que de ninguna manera puede eludir pues, ella es, por definición, una comunidad llamada a crear comunión a través de la comunicación... Eso precisamente explica y justifica su permanente preocupación y deber de ir descubriendo, a través de los siglos, enfoques, lenguajes y canales adecuados para comunicar el Evangelio de salvación a todos los pueblos.

En la Iglesia, por tanto, se concibe la comunicación como un proceso hacia la comunión. Fuera de eso no tendría sentido. Las nuevas técnicas del comunicar plantean esto a la Iglesia de forma dramática y urgente; por lo tanto no queda otro camino que "hacerse de ellas" para ser fiel a su misión (ver Communio et Progressio 126). A esta necesidad se añade también un nuevo factor: el desmesurado crecimiento de la población mundial que alcanza a 6000 millones de seres humanos. Sólo con una inteligente, tempestiva y masiva utilización de la comunicación mediática (sin dejar de lado las formas tradicionales), se podrá alcanzar a tanta gente. En esta acción misionera, en gran parte inédita, habrá que tomar en cuenta que, en la moderna cultura de la comunicación creada por los medios, ya no basta utilizar... los medios. Si se quiere evangelizar de veras, es necesario alcanzar a las mismas raíces de la nueva cultura y, en esas mismas raíces, insertar el Evangelio para que llegue a la gente con categorías accesibles (ver Redemptoris Missio 37).

Juan Pablo II, al hablar de la "nueva evangelización", ha dicho que "debe ser nueva en el ardor, nueva en las expresiones, y nueva en el método". Hacemos notar que, si bien esta indicación vale para toda forma de evangelización, lo es en primer lugar para la evangelización mediática que se define fundamentalmente por la "novedad". Por paradójico que parezca, "lo nuevo" es la categoría que mejor la define.

La comunicación en la Iglesia contemporánea

Para una mejor comprensión del fenómeno de la moderna comunicación en la Iglesia, presento en forma panorámica los tres grandes períodos que la han caracterizado: el de la sospecha y el rechazo iniciales, el de la utilización instrumental, y, finalmente, el de la reflexión conciliar y post-conciliar.

De la sospecha y el rechazo (1830-1878)

La Iglesia se topa con el fenómeno de la comunicación moderna, realizada a través de los medios –en el caso la prensa– unos treinta años después de la Revolución Francesa. Con el papa Gregorio XVI (1831-1846) se produce el primer desencuentro con las formas modernas del comunicar que se materializa en la encíclica Mirari vos (1832) y en la condena del primer diario católico aparecido en la historia: L ´Avenir. Desde entonces, quedó condicionada la actitud de la Jerarquía católica ante la prensa periódica, porque condenando a L ´Avenir se condenaban las libertades modernas que él propiciaba y, entre ellas, la "pública opinión" que representaba la conquista más vistosa de la modernidad y que se expresaba precisamente a través de la prensa, por entonces el medio de comunicación casi exclusivo. En el fondo no se comprendió la profunda transformación provocada por la Revolución Francesa y no se aceptaba "la prensa diaria, formadora de opiniones a nivel de masa, mediante la información orientada, en una sociedad que se convertía esencialmente en sociedad opinional". Dos motivos de fondo condicionaron a la Iglesia en este sector: uno de índole tradicional y otro de índole teológica. Toda la tradición de la Iglesia había siempre privilegiado la transmisión oral de la fe en la predicación ordinaria, en la catequesis y en la liturgia.

El motivo teológico se expresaba en la fórmula: la Iglesia "sociedad perfecta", poseedora de la verdad total recibida en depósito que debía guardar y entregar a todos, siempre y en todas partes por igual. Esto, mientras le daba una sensación de seguridad, la relegaba a un "espléndido aislamiento", alejándola de las clases cultas y de los movimientos sociales del tiempo con los cuales las masas se sentían cada vez más identificadas. La repulsión y el rechazo de todo lo que sabía a diverso y a nuevo, alcanzan los extremos del paroxismo.

En disculpa de la autoridad eclesiástica se dirá que, con mucha frecuencia, los movimientos renovadores de ese tiempo nacían y actuaban bajo el signo del anticlericalismo.

El Syllabus (1864) de Pío IX (1848-1878), constituye la máxima expresión de la cerrazón, del rechazo y de la sospecha ante toda modernidad. Es un mal tiempo para los diarios, y para la prensa periódica en general, connotados como "vehículos de la peste" y causantes de todos los males de la sociedad.

El período instrumental (1879-1962)

Con León XIII (1878-1903), un papa de gran visión, comienza a vislumbrarse un cambio. Se cae en la cuenta de que los "enemigos" de la Iglesia –masones, socialistas, anarquistas, libres pensadores, las sectas– utilizan con éxito los medios de difusión entre las masas, alejándolas de la fe. La pregunta, aunque con retraso, se impuso por si sola: si nuestros adversarios los utilizan con éxito, ¿por qué no los utilizamos también nosotros en la actividad pastoral? El famoso slogan de León XIII: "Oponer prensa a prensa, organización a organización...", resume bien la conclusión a que se llegó. Y comienza así un período que se suele llamar "instrumental" y que, con altos y bajos, se prolonga hasta el pontificado de Pío XII. Sería imposible enumerar aquí las iniciativas que florecieron en todo el mundo católico desde entonces.

La "buena prensa" pasa a ser sinónimo de apostolado moderno y es sentida como una urgencia prioritaria. Diarios, revistas, editoriales, librerías e imprentas surgen con ritmo frenético. Un dato curioso y significativo: son muchos los fundadores de institutos religiosos (asistenciales, docentes o misioneros) que asimilan a la prensa (y a los nuevos medios que vayan surgiendo) como instrumentos de apostolado junto a los medios tradicionales. Recordemos a Don Bosco, el Padre D’Alzon, Antonio M. Claret, el Can. Schorderet, León Dehon, Enrique Ossó, Arnold Jannssen y muchos otros... Es de este tiempo también el padreSantiago Alberione (1884-1971) que, por carisma, asume la prensa y luego los nuevos medios, como algo especifico y exclusivo para su apostolado, aportando a la pastoral comunicacional de la Iglesia un dato nuevo y profundamente revolucionario, traducido en la fórmula: "Hacer con la palabra escrita (sonido, imagen...), lo que los demás predicadores hacen con la palabra hablada". Y tuvo la dicha de verlo aprobado por la Santa Sede, aunque después de un largo y sufrido litigio (1927). Suya también es la definición de la que se llamó la "predicación instrumental", es decir el anuncio realizado con los medios: "La predicación del Evangelio con los medios de comunicación, es la misma predicación de Jesús, de los Apóstoles, de los Padres de la Iglesia, de las Ordenes mendicantes, realizada hoy, con los medios de hoy". Una manera hermosa de expresar la "novedad" en la continuidad de la tradición.

Esta "estación de los frutos" tuvo, sin embargo, sus grandes limitaciones heredadas del pasado: el tono y los contenidos difundidos a través de los medios son altamente polémicos y apologéticos, con una marcada preocupación moralista que apuntaba casi exclusivamente al sexo. Y mientras a los "fieles" se los trata como a menores que deben ser protegidos, a los "adversarios", más que convencerlos, se intenta apabullarlos Perduran el secreto, la censura, los vetos y el Índice de los Libros prohibidos: todos enemigos jurados de una transparente y sana comunicación y que restaban credibilidad a la jerarquía eclesiástica, impidiendo todo diálogo con la cultura imperante. La verdad se identificaba con la autoridad y lo importante era repetir los contenidos de siempre, con lenguaje arcaico de siempre, ajeno a la mentalidad de la gente influida casi exclusivamente por las corrientes laicistas.

Un obstáculo importante que frenó el avance más expedito de la Iglesia en este sector, vino de los regímenes totalitarios: comunismo, fascismo y nacionalsocialismo, que al monopolizar los medios de comunicación, los transformaron en una poderosa "fábrica de consenso", para legitimar por medio de la propaganda sus nefastas ideologías. Mérito de la Iglesia fue el de haber sido el único baluarte contra la nueva barbarie que, luego de envenenar a las masas con sus falacias las llevó a la masacre de la segunda guerra mundial (1939-1945).

Destacamos en este período, el impulso dado por Pío XI (1922-1939), a la radio, con la creación de la Estación vaticana (1931); y al cine, ya adulto, al cual dedicó una enjundiosa encíclicaVigilanti cura (1936). En ambos medios descubre el aporte insustituible que pueden ofrecer a la propagación del mensaje cristiano.

Pío XII (1939-1958) es el pontífice que más ha hablado y escrito sobre los medios de comunicación social y que, por las circunstancias, tuvo que utilizar muchísimo la radio y saludar la aparición de la televisión cuyas posibilidades valoró positivamente. Fue el primer Papa en tocar a fondo el tema de la "opinión pública" (1950), a la que calificó de vital ya para la sociedad ya para la Iglesia. Pero su oportuna y valiente intervención en el tema, no logró cambiar las cosas. La "opinión pública" siguió siendo "tabú" tanto ad intra como ad extra de la Iglesia. Rescatamos también del mismo Papa, la densa encíclicaMiranda prorsus (1957), que reúne por vez primera en un solo documento al cine, la radio y la televisión.

Ciertamente en este largo período que precede al Vaticano II se avanzó en la comprensión del lenguaje de los medios... Pero persiste el problema de fondo: la insuperable oposición Iglesia-mundo moderno que impidió el debido aprovechamiento de la "ciencia de la comunicación" ya desarrollada, ya salida de los laboratorios y ya operante en las universidades, en las contiendas políticas, en el mundo de las finanzas y de la economía... Faltaba el empujón que vendría del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965).

La reflexión conciliar y posconciliar (1962-2004)

Con la elección del papa Juan XXIII (1958-1963), se produce un vuelco en la Iglesia. La misma figura del "papa bueno" lo anticipó en el imaginario de la gente, antes que en los actos del nuevo pontífice. El apodo de "papa bueno", traducía el sentir popular del otrora llamado "sensus fidelium". La Iglesia volvía a entrar en la historia por la "puerta grande" y la apertura del Concilio así lo hizo percibir. Pablo VI (1963-1978), hijo de periodista y periodista él mismo, al suceder a Juan XXIII, impulsó con mayor fuerza el proceso ya comenzado en este sector comunicacional.

En diciembre de 1963, el Concilio aprueba sus dos primeros documentos: la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Liturgia, es decir sobre la máxima actividad comunicativa de la Iglesia; y el decreto Inter Mirifica sobre los mcs.

El Inter Mirifica es un documento extremadamente modesto pero, leído a la luz de las constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes, adquiere su verdadero alcance: con la primera, la Iglesia se redescubre como "pueblo de Dios", inserto en la historia, con la segunda, se sumerge en las realidades terrestres en que vive, actúa y respira el mundo. Es el reencuentro cordial y fecundo con la cultura y las actividades humanas, que deben llevar al hombre a lo más alto de todo: a la comunión con Dios; y, a su vez, a promover la comunión y el progreso de toda la familia humana; en el medio de este proceso se hallan los mcs como instrumento para lograrlo. Recordemos que eran los tiempos de Marshall MacLuhan, el profeta de la "aldea global", del "medio es el mensaje" y de la generosa utopía de que los mcs son capaces de hacer percibir "el cuerpo místico de Cristo en la condición electrónica".

Vale la pena rescatar algunos logros de la IM: la precisión terminológica, reflejada en la palabra "instrumentos". Ella quiere salvar el coeficiente humano (la causa instrumental); y el coeficiente técnico propio del medio. Rescatamos también el n. 13, tal vez el más novedoso pero el menos conocido, que recuerda a los pastores el "deber" de utilizar los mcs, pues son medios ordinarios de su tarea pastoral. Finalmente, el haber incluido, aunque tímidamente, el tema de las "públicas opiniones".

A este exaltado clima comunicacional contribuyó sobremanera la encíclica programática de Pablo VI, Ecclesian suam, un invitación a creyentes e increyentes al diálogo en todos los niveles, con la sugestiva expresión de que, por su misma vocación, la Iglesia se hace diálogo".

En 1971, se publica, por mandato del Concilio, la instrucción pastoral Communio et progressio que fue saludada como la "carta magna" de la comunicación eclesial pues en ella, con un optimismo casi excesivo, se acepta la validez de los medios, su lenguaje, la opinión pública, la libertad de expresión e información, la necesidad de la formación "actualizada" para la utilización profesional y organizada de los medios. En la misma se urge a los pastores a organizar debidamente las oficinas nacionales y diocesanas de comunicación y a que no les dejen faltar ni los recursos humanos ni los económicos.

La finalidad del documento está bien expresada en su título "comunión y progreso": la Iglesia utiliza los mcs para fomentar la "comunión y el progreso de los pueblos"; su modelo referencial es el Cristo "perfecto comunicador" (n. 11); la urgencia de utilizar los medios estriba del expreso mandato de Cristo, y la Iglesia se sentiría culpable de no utilizarlos para la difusión del Evangelio (ver Communio et progressio 126 y Evangelii Nuntiandi 45).

Una conquista de relieve de la reflexión eclesial de este período, lo constituye el reconocimiento del rol de los laicos en este importante sector de la actividad humana. Se les pide preparación profesional y se les recuerda el deber de hacer presente el punto de vista católico en todos los problemas que atañen a la sociedad. A los pastores, a su vez, se les recuerda la obligación de prestarles "la asistencia pastoral" que les facilite el cumplimiento de su "comprometida y difícil tarea". Y Pablo VI, enEvangelii Nuntiandi, al enumerar la amplitud de su misión en el vasto mundo, subraya de forma específica su presencia evangelizadora en los instrumentos de la comunicación social (Evangelii Nuntiandi 30). Esto significó un vuelco copernicano si se piensa que en la praxis eclesiástica, el comunicador nato era el sacerdote; al laico se le consideraba como un simple auxiliar.

En adelante la reflexión eclesial sobre los mcs no se detiene más y progresivamente se irán estudiando todos los aspectos más relevantes de este fenómeno omnicomprensivo de la vida y de la actividad humana.

De 1971, es la carta Octogésima Adveniens en la cual Pablo VI, con sano realismo, pone en guardia sobre la ambivalencia de los medios y la necesidad de un uso crítico de los mismos, para no crear falsas expectativas, generadoras de frustraciones sin fin. Y, aún siendo partidario de la comunicación medial, pone en guardia sobre los poderes que, desde el anonimato, manejan y aprovechan malamente del poder de los medios.

En el excepcional documento pastoral Evangelii Nuntiandi, de 1974, Pablo VI vuelve sobre el tema y, mientras remacha la necesidad de utilizarlos para la evangelización, plantea a los comunicadores un desafío extremo, casi utópico: el de dirigirse a todos, a través de los medios, pero con la capacidad de interpelar a cada uno de los usuarios en particular (ver Evangelii Nuntiandi45).

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